El debate sobre la libertad, igualdad y justicia no es un asunto acabado, afortunadamente, pues estos valores tan propios de la vida cívica siempre deben ser objeto de revisión. Su alcance y definición, no sólo acompañan la evolución del pensamiento de los ciudadanos, sino a las contingencias propias la historia.
Fue en el renacimiento, época de grandes pensamientos y pensadores, donde surgieron muchos debates y polémicas que contribuyeron con el nacimiento de estas ideas, dándole formas y significados importantes para su época, que mantienen incluso su vigencia y sirven como base para seguir aproximándonos en la actualidad a la idea del bien común.
No es fácil entender el Renacimiento. Quizás una forma útil de verlo, sea como un período de transición en el cual se genera una nueva clase social, la burguesía[1], que no sólo va dinamizar las relaciones entre los miembros de una comunidad, sino que va a producir cambios en las ideas y las configuraciones feudales que darán origen a nuevos valores y órdenes políticos.
Parte de esos cambios en las ideas, es la consideración individualista del hombre que permite reflexionar sobre la libertad, la justicia y la igualdad y, en el orden político, el establecimiento de frenos al poder absoluto, lo que dio origen al republicanismo.
De esa época prolija para los saberes, no sólo en las artes, sino también en las ciencias sociales, son muchos los teóricos y pensadores de los que se puede hablar. Sin embargo, para este ensayo hemos de utilizar la reflexión sobre la libertad de la sociedad civil del ilustrado escocés Adam Ferguson[2], con el propósito de aproximarnos a la idea republicana de virtud y libertad desde la perspectiva del autor, la cual busca conjugar los debates y las propuestas del humanismo cívico con la realidad comercial de sus tiempos, algo así como una especie de conciliación entre el humanismo cívico y el liberalismo emergente.
Constantemente, en la parte de su obra referida, el autor presenta una dicotomía entre la búsqueda de propósitos individuales y la participación activa en la política, pero no con la idea de confrontarlas, sino más bien de complementarlas; de extraer de ellas sus mejores características y de mostrar también sus posibles peligros para la continuidad de la república. El oxímoron humanismo-liberal puede ayudarnos a entender sus intenciones.
Las referencias a los griegos son constantes en las primeras páginas de su reflexión sobre la libertad civil, pero no cómo una añoranza, sino como una experiencia histórica que nos ayuda a comprender las oportunidades y los peligros que afrontan sus tiempos –una Europa con ciudades pujantes y una burguesía que confrontaba el centralismo feudal- y la importancia que tienen los asuntos públicos para él. Ello se puede observar cuando afirma “es en los asuntos de la sociedad civil que los hombres llegan a ejercer sus más bellos talentos, así como el objeto de sus afecciones”[3].
La sociedad civil, del modo que la expresa Ferguson, es una sociedad que vive en paz. Una sociedad que aunque no desestima la guerra para garantizar la paz, no la hace desde la barbarie, sino desde el arte que le es posible cuando se vincula con las ventajas de la sociedad civil, no sólo por los recursos, sino por el entendimiento del complejo entramado del que depende su conducción.
La sociedad de paz de Ferguson no es producto de la tiranía que combate cualquier intento de desestabilización, por el contrario, su concepción de la paz es una derivación de la aplicación de la justicia, pues incluso señala que “esta [la paz] puede subsistir en medio de disensiones, querellas y en el conflicto de opiniones contrarias, pero jamás en la impunidad”[4]
De ahí se observan dos formas para que los hombres puedan vivir en paz: i) por su propia voluntad de hacerlo; y, ii) mediante leyes que frenen sus pretensiones de lastimarse o de dominar a otro(s). Este punto es bien significativo en Ferguson porque evidencia las dos dimensiones de su pensamiento republicano: el primero es la virtud y el segundo es el respeto por las normas y leyes.
La virtud
Para Ferguson la virtud está muy bien representada en la vida frugal de los espartanos, donde la preocupación por la riqueza no existe, en tanto como meta individual. Si bien los espartanos tienen leyes que garantizan el derecho a la propiedad, su preocupación no está en acumular riquezas personales, sino mantener su patrimonio con la consciencia de que éste forma parte de un patrimonio más grande: “la pasión por las riquezas fue sofocada durante siglos; el ciudadano se consideraba no como propietario de una fortuna propia, sino como formando parte de la fortuna pública de su país”[5].
Para los espartanos, la justicia actuaba de dos formas. Por un lado tenía como base el desprecio a todo lo que se relacionara con crimen; y por el otro lado, pretendía que las normas que el Estado debía aplicar para salvaguardar al ciudadano no fueran un cuerpo externo al individuo, sino parte de su conducta.
La educación y la formación del espartano para el servicio público, hacía que su vida estuviese alejado de la preocupación por la fortuna. Sus bienes muebles no poseían lujo alguno y su refinamiento por la estética sólo se observaba en la vestimenta, que lejos de ser ostentosa, procuraban un cuidado muy meticuloso en ella. Señala Ferguson “el carpintero y el albañil no podían utilizar otros instrumentos que el hacha y la sierra. Por lo tanto, sus obras, presentan una gran sencillez y es probable que, en relación a su forma, no evolucionarán durante siglos”[6]. Así el artista utilizaba su genio para perfeccionarse a sí mismo.
Es importante acotar que aunque Ferguson utilice como ejemplo la vida frugal de los espartanos, no lo hace desde el desprecio al refinamiento. Por el contrario, para el autor el comercio es el medio de progreso de las ciudades y el refinamiento la forma como el individuo se hace más civilizado. Su mención a los espartanos está en relación con su virtud, en el manejo individual y en el manejo de los asuntos públicos. El reconocimiento del espartano por un buen trabajo en dichos asuntos no era un pago extra, sino una ración doble de comida[7].
En una cita que Ferguson hace de Jenofonte, se puede apreciar lo que hemos comentado acerca de la importancia que tiene para él la virtud “…Así como un hombre supera a otro, así como el que se esfuerza en cultivar su mente supera a quien la deja inculta, así los espartanos superan a todas las naciones, al ser el único Estado en el que la virtud es objeto de gobierno”[8].
De lo anterior se evidencian dos cosas del pensamiento del escocés. La primera, es que la búsqueda de la riqueza por la vanidad de poseerla puede llevar a actos injustos entre los hombres, bien sea a sus bienes, a su persona o la libertad de su conducta. La segunda, es el riesgo que corre una sociedad de corromperse cuando los hombres que tienen acceso al poder del Estado para atender los asuntos públicos, abandonan la virtud para perseguir fines personales.
En los Estados donde se han controlado de manera eficiente las fuentes de corrupción, los ciudadanos obedecen las leyes y los magistrados son personas íntegras. Son en esos Estados donde los cargos de confianza se otorgan al mérito y donde el poder del Estado se utiliza en función del servicio público.
Para Ferguson, la virtud se convierte en una condición primordial para la conducción del individuo y de los asuntos de Estado, entre otros aspectos de su pensamiento. La virtud conduce a la paz. En este sentido, ambos, la virtud y, en consecuencia, la paz enfrentan muchos peligros, sobre todo en medio de aquella sociedad que se abría al progreso mediante el comercio, que a su vez, generaba controversias en la medida que se acumulaban las riquezas personales.
El respeto a las leyes
Nuestro autor entendía también que, junto con la virtud, la paz se alcanzaba mediante la justicia, y esta última está atada a los derechos del individuo. A este respecto Ferguson, desde una perspectiva republicana y liberal, establece lo siguiente “la ley es el tratado acordado por los miembros de una misma comunidad, en virtud del cual el magistrado y el súbdito siguen disfrutando de sus derechos y se mantiene la paz de la sociedad. El deseo de lucro es la principal causa de las injusticias. La ley, por lo tanto, se refiere principalmente a la propiedad”[9]
El respeto a la ley no sólo garantiza la libertad, como veremos más adelante, sino que garantiza la paz y el desarrollo de las actividades dentro de una sociedad. Un hombre puede perjudicar a otros no sólo por la avaricia, sino también por “el orgullo, la maldad, la envidia y la venganza. La ley tiende a erradicar esos mismos principios o, al menos, prevenir sus efectos”[10]
Si bien es poco probable que en los Estados donde existe desigualdad en la distribución de las propiedades -y donde la fortuna permite distinciones y rango social-, se alcance moderación en el espíritu del ciudadano con respecto a las riquezas; también es cierto que el respeto por la ley es una condición fundamental, tanto para los que persiguen o no el enriquecimiento, como para los ciudadanos con vocación de servicio público, pues la ley incluye también la participación en los asuntos del Estado como un derecho político.
Ferguson no está en contra de la desigualdad, ni en contra de la distribución de la propiedad. Su concepción de la igualdad está más bien referido a que cada quien pueda desarrollarse libremente en lo que quiera, siempre que no contravenga la ley. La desigualdad, entonces, viene a ser una consecuencia legítima del esfuerzo y capacidad individual. Su crítica, se relaciona más bien con los efectos políticos y sociales perversos que puedan derivarse de una ley injusta. Al respecto, comenta lo siguiente “numerosas instituciones, que sirven para defender al débil de la opresión, de hecho contribuyen, al asegurar la posesión de la propiedad, a favorecer una repartición injusta y a aumentar el predominio de aquellos que comenten abusos de poder”[11].
Para ilustrar lo anterior, basta con señalar la mención que hace sobre las leyes suntuarias y aquellas relacionadas con la distribución igualitaria de las riquezas, las cuales, según Ferguson, buscan en cierto modo “evitar los excesos de la vanidad y controlar el alarde de la opulencia. De esta manera se debilita la pasión por las riquezas y se conserva en el corazón del ciudadano el espíritu de moderación y de equidad que debe regular su conducta”[12]. Para el autor, si los bienes o las riquezas sirven para propósitos únicos de subsistencia o distracción, no corromperían al hombre. El peligro aparece cuando esos bienes y riquezas establecen distinciones políticas y otorgan honor que pudiesen servir para dañar, oprimir o dominar a otros hombres.
La libertad
Esto último, nos lleva otra vez al tema de la justicia y lo vincula con el tema de la libertad: “Nadie es libre donde alguien puede ser injusto con impunidad”[13].
Para Ferguson, el tema de la libertad está vinculado directamente con las leyes y las normas que restringen la actuación del ciudadano; es decir, con la interferencia no arbitraria de la acción que le permite ser libre. Un pensamiento republicano, en tanto que plantea que la interferencia no viene dada por el deseo de uno o de unos pocos, sino por el consenso de quienes son afectados por ella; y liberal, en tanto que plantea que las leyes deben reconocer los derechos del individuo incluido el derecho a la “propiedad y a su posición”[14]. Es decir, un ciudadano es libre no sólo cuando se le reconoce la propiedad, sino también cuando la ley le garantiza el ejercicio de esos derechos y limita los crímenes, o sus causas, como se mencionó anteriormente.
Las interpretaciones de lo que se considera la libertad son tan diversas como las ideas a las que se aplica, es decir, “la seguridad de las personas y de las propiedades, la dignidad del rango, la participación en los asuntos políticos y los medios por los cuales los derechos de un individuo están asegurados”[15].
Para Ferguson, la polémica que se desarrollaría después sobre la libertad negativa y positiva a partir del discurso de Benjamín Constant en 1819 titulado Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, parece no existir. Para él la restricción es parte de la libertad, siempre y cuando en la determinación de esa restricción hayan participado los ciudadanos. Esta última consideración de la libertad no sólo se limita a lo civil, sino también a la libertad del ciudadano de participar en la elaboración de las normas que lo restringen: la participación política se convierte también en un derecho.
Ahora podemos aproximarnos a la idea de Adam Ferguson sobre la libertad, como las restricciones que necesita todo ciudadano para desarrollar las actividades que sean de su interés, siempre y cuando esas restricciones no sean arbitrarias. No es alcance de este ensayo discernir sobre las consideraciones del autor sobre si el ciudadano se convierte en el legislador de sus propias normas y leyes o, haciendo uso de su condición de soberano, aprueba o veta las leyes que le preparan sus representantes en el rol de legisladores; en todo caso lo importante es destacar las dos dimensiones que la libertad tiene: la civil y la política.
Lo anterior supone, que esta idea de libertad genere una intensa actividad legislativa, en tanto las normas sufran modificaciones dependiendo de las contingencias y aprendizajes del ciudadano. Así lo deja expreso cuando señala que “todo tema de controversia da lugar a un estatuto que concilia las partes; y mientras la libertad subsista, las leyes siguen multiplicándose, se acumulan volúmenes como si se pudiera evitar todo motivo de disputa, como si los derechos de cada uno estuvieran garantizados por el mero hecho de consignarlos por escrito”[16], más adelante agrega “el verdadero fundamento de la libertad civil es el estatuto que obliga a revelar las particularidades de cada arresto, las razones de todos los encarcelamientos y a tratar al acusado de modo tal que pueda, en un tiempo concreto, reclamar su liberación o su juicio”[17].
Por supuesto, esta idea de libertad está ligada plenamente a la participación, no sólo desde el punto de vista que mencionamos anteriormente sobre si el ciudadano se convierte o no en legislador directo, sino en tanto la ley escrita debe contar con las instituciones y la voluntad de hacerla cumplir, para así evitar el riesgo de que caigan “en el olvido, junto con las circunstancias en las que se redactaron”[18]. La idea de participación en Adam Ferguson, será entonces motivo de otro ensayo.
[1] Ginner, S. (2008): Historia del pensamiento social. Madrid: Ediciones Ariel. p. 187
[2] Ferguson, A., (2010): Ensayo sobre la historia de la sociedad civil. Madrid: Ediciones Akal, pp. 210-224.
[3] Op. Cit.; p. 211
[4] Ibídem
[5] Op. Cit.; p. 214
[6] Op. Cit.; p. 215
[7] Ibídem
[8] Op. Cit.; p. 215-216
[9] Op,. Cit.; 211
[10] Op. Cit.; 212
[11] Op. Cit.; p. 213
[12] Op. Cit.; p. 213-214
[13] Op. Cit.; 212
[14] Ibídem
[15] Ibídem
[16] Op. Cit.; p. 122
[17] Op. Cit.; p. 123-124
[18] Op. Cit.; p. 123
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