Las declaraciones del día de ayer de la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, avivaron mis preocupaciones sobre el destino del país, no sólo por su contenido ni por la lógica que lo precede, sino por algunas lecturas que se le dieron a esas declaraciones desde la oposición, particularmente aquellas que se expresaban alrededor de la idea de que “el régimen no se atrevió a dejar sin efecto –o matar, metafóricamente hablando– el Referendo Revocatorio”. Mientras más leía este tipo de opiniones y escuchaba declaraciones –entre ellas las del gobernador Henrique Capriles y el secretario de la Mesa de la Unidad Democrática Jesús Torrealba– la pregunta ¿por qué se piensa que para el chavismo era mejor suspender el revocatorio que retrasarlo? Demandaba de una respuesta.

Si revisamos el pasado político reciente, podemos encontrar en los dos últimos años suficiente evidencia de la fractura del chavismo como cuerpo político homogéneo. Tanto el presidente Nicolás Maduro, como los altos dirigentes del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), tienen vasto centrimetraje de críticas provenientes del propio chavismo en las redes sociales y en páginas web como aporrea.org. Las críticas hacia Maduro no sólo se enfocan sobre los aspectos que tiene que mejorar en su gestión, sino con la necesidad de separarlo del poder para evitar perder el “legado de Chávez”. A este descontento dentro de las filas del Psuv con relación a Maduro y su gestión presidencial, se le suman las críticas contra Diosdado Cabello (vicepresidente del partido) y contra el alcalde de Caracas Jorge Rodríguez, como consecuencia de la aplastante derrota electoral sufrida en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015.

A medida que se profundiza la crisis, la fuerza política del chavismo ha ido mermando. La encuesta realizada por Croes, Gutiérrez & Asociados en julio 2016 muestra que el 55,4% de la población opta por descartar la doctrina política de Chávez, lo que pudiese significar un problema para chavismo si llega a estar fuera del poder, considerando que la misma medición indica que el chavista con más aceptación es Elías Jaua con un 28,3% casi 14 puntos por debajo del opositor menos aceptado.

La dirigencia chavista actual está desacreditada, y no es para menos, más del 92% de la población opina que la situación del país es negativa (según la encuesta anteriormente referenciada) y de ese porcentaje, más del 61% opina que el responsable es el régimen de Nicolás Maduro.

Pese a que el chavismo realmente existente es un proyecto personalista de centralización del poder, que se sirve de ideas fanáticas de obediencia, subordinación y lealtad contrarias a todo ideal político liberal; en su utopía, se configura como un conjunto de ideas y pensamientos esbozados por Hugo Chávez a los que propios chavistas, en ocasiones, catalogan de doctrina y que cohabita con doctrinas de la vieja izquierda latinoamericana y con las comunistas marxistas europeas. A mí entender, el proyecto chavista se presenta como la nueva utopía parroquial. Si bien en vida Chávez era el intérprete y el dueño del chavismo, con su muerte, su proyecto se convirtió en un legado para sus seguidores.

De lo anterior, cualquier persona podría pensar que al régimen sí le convenía una suspensión del Referendo Revocatorio, ¡claro!, pero ¿y qué pasa si el chavismo y el régimen de Maduro no son lo mismo? No sólo hemos visto chavistas expresar que Maduro está destruyendo el legado de Chávez, también Jesús Torrealba, Henrique Capriles, Julio Borges e incluso, Lilian Tintori, lo han expresado en alguna oportunidad. Para el chavista que se preocupa porque más de la mitad de las personas quieren olvidar el legado de su comandante, Maduro-Cabello-Rodríguez y compañía (llamémosla la Nomenklatura chavista) son una distorsión que hay que alejar del poder.

Así pues, tenemos un chavismo dividido que tiene dos lecturas distintas del Revocatorio: el de la Nomenklatura chavista que quiere evitar a toda costa el Revocatorio y cuyos voceros principales son Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello y el que quiere que se lleve a cabo el Revocatorio en el año 2017, cuyos ejemplos más visibles son los mayores generales Clíver Alcalá Cordones y Miguel Rodríguez Torres. La única coincidencia entre ambos grupos es que ninguno quiere que se lleve a cabo en el año 2016.

Visto así, los únicos afectados con las declaraciones de ayer de la señora Lucena –al menos temporalmente- son los ciudadanos que quieren un cambio, un cambio real, no un cambio de presidente, lo cual dicho sea de paso, ya tuvimos en el año 2013.

Pensar en una victoria opositora -como algunos analistas políticos y voceros de la Mesa de la Unidad Democrática dejaron ver ayer- porque el CNE no pudo dejar sin efecto el revocatorio, es olvidar las divisiones dentro del chavismo o, peor aún, pensar que los únicos que tienen el poder de presionar a Tibisay son los relacionados con Nicolás Maduro. Si el año 2016 termina sin Referendo Revocatorio, el chavismo habrá encontrado la mejor forma de renovar el poder internamente sin perderlo y, adicionalmente, barnizándose de democracia y la oposición habrá perdido una gran oportunidad de consolidar la transición hacia un mejor porvenir.