“Una marea de opositores llegó a la capital venezolana desde varias ciudades del país, muchos de ellos sorteando cierres de carreteras y controles de las fuerzas de seguridad, para desbordar tres avenidas y pedir diligencia en el proceso para convocar la consulta en contra del mandatario socialista”, así reseñó la agencia de noticias Reuters la famosa concentración del 1° de septiembre de 2016 convocada por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). En ese momento, la confrontación era para que el Referendo Revocatorio se realizara en el año 2016. Tres meses después, esa esperanza se desvaneció junto con la luna de miel que la MUD tenía con el ciudadano.

Los útimos días no han resultado nada fáciles para la mayoría de los que vivimos en Venezuela. Entre otras cosas, porque el costo de los errores políticos en los que ha incurrido la oposición se ha incrementado exponencialmente producto de las últimas acciones adoptadas por el régimen.

Hoy pesa muchísimo, por nombrar algunos hechos, el no haber destituído cuando correspondía a los “magistrados express” –magistrados elegidos por la saliente directiva de la Asamblea Nacional–, el haber suspendido el debate sobre la responsabilidad política y el abandono del cargo de Nicolás Maduro y el haber aceptado sentarse en una mesa de diálogo olvidando por completo el concepto filosófico del diálogo. Lo cierto es que el balance del año es malo, muy malo, para todos.

Como producto de esa desesperanza, aparece un nuevo dilema entre los ciudadanos que nos oponemos al régimen chavista: ¿reestructuramos o no la MUD? Antes de seguir, es necesario recordar que los dilemas no tienen solución, por eso son dilemas. Sólo nos impulsan a tomar una decisión, que sólo las consecuencias pueden dar fe de su acierto o no.

En lo particular, y apartándome de las absurdas categorías creadas por un intelectualidad insensata, debo decir que no estoy de acuerdo con la MUD como instancia de coordinación. Para mí, la MUD es una necesidad que ayuda a mitigar las desiguales condiciones de una contienda electoral frente un régimen que tiene secuestrado un país, pero no debe ser una instancia de coordinación. Dicho de manera simple: la MUD es una necesaria plataforma electoral, pero una ruinosa instancia de coordinación política.

¿Por qué ruinosa instancia de coordinación política? Pues porque fuera de la coyuntura electoral, la MUD secuestra la política tanto como lo haría un sólo partido en una sociedad plural ¿y no es acaso eso de lo que nos jactamos los liberales, de la pluralidad de pensamiento y la posibilidad de representación de él? Imaginemos por un momento cómo sería la política en una sociedad plural que sólo tuviera un partido político. Así de incongruente es nuestra acción y pensamiento liberal cuando se analiza desde la acción política de una gran instancia de coordinación, que (i) homogeniza la diversidad de acciones de protesta, (ii) de vocería y (iii) de representación. La unidad como instancia política tiene las mismas consecuencias en el individuo como la concepción de “pueblo” de Ernesto Laclau en su Razón Populista.

Miles de veces hemos pensado y opinado, que lo que se necesita es diversidad en las acciones de resistencia y protesta contra el régimen, pues bien, ¿no nos damos cuenta que esa diversidad es contraria a una instancia de coordinación que “elige” cuál método de protesta es el adecuado según las capacidades que cree tener el liderazgo de esa instancia?

Si hay un partido político que es bueno para articular acciones de protesta PACÍFICAS de calle, pero la dirigencia de la instancia de coordinación no entiende esas acciones (o no cree tener competencia para desarrollarlas) ¿qué creemos que pasará? Pues no se llevarán a cabo, desperdiciando así el potencial más grande que tiene una sociedad que quiere un cambio: la diversidad y la posibilidad de articular varios juegos.

Lo que Venezuela necesita, nuevamente, es un pacto -de corto plazo- de conciliación de élites en el que se comprometan a actuar con un sólo objetivo: restituir la posibilidad de democracia. Nótese que digo “la posibilidad de democracia”, pues ella sólo será restituída cuando se recuperen las instituciones del secuestro en que las tiene el régimen. El nuevo pacto debe incluir, por supuesto, la conformación de un gobierno de colación que de cuenta de las apetencias políticas que cada partido tiene según sus capacidades. Ese es el verdadero reto.

Plantearnos la reestructuración o no de la MUD sólo nos deja en el mismo lugar, al tiempo que nos impide ver que lo que realmente necesitamos es diversidad de acciones en concordancia con un objetivo en común ¿y no se trata de eso la política? ¿no es acaso el anhelo del “bien común” lo que mueve a la política? Pues bien, lo que tenemos es que ponernos de acuerdo sobre cuál es el “bien común” que nos apremia, y que cada partido de acuerdo a sus capacidades y posibilidades, articule acciones coordinadas para alcanzarlo. Después, cuando tengamos la posibilidad de restituir la democracia, entonces pensemos en unidad -si es que en este proceso de restitución- aún queda en pie el Psuv.