Artículo de opinión publicado en LaCabilla.com el 26 de agosto de 2017
Venezuela es un desastre, un desastre muy peligroso (…) Tenemos muchas opciones para Venezuela. Por cierto, no descartamos una opción militar. Es nuestro vecino. Tenemos tropas y gente en todo el mundo, hay problemas en sitios lejanos, pero Venezuela no está tan lejos y las personas allí están sufriendo, muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluyendo, posiblemente, una opción militar si es necesario… Donald Trump
Estas declaraciones de Donald Trump desde Bedminster, New Jersey, desataron una polémica continental que incluyó desde manifestaciones de rechazo y menosprecio por considerarlo una bravuconada, hasta interesantes análisis geopolíticos sobre las posibles motivaciones que tendría Estados Unidos para intervenir en Venezuela.
Más allá de esta polémica, el evento me hizo recordar el último capítulo del libro V de la “Historia de la Guerra del Peloponeso”, escrito por Tucídides hace más de 2.300 años y que es conocido como la Batalla de Melos. El referido capítulo, no sólo sirve para ilustrar por qué en ocasiones las acciones de potencias mundiales causan polémica con el derecho y la justicia en las relaciones internacionales, sino también puede ser usado para comprender cómo opera el poder real y cuáles son las consideraciones filosóficas que obligan a un determinado sujeto, individual o colectivo, a actuar de una forma determinada.
El acontecimiento ocurre en el año 416 a.C. y se inicia cuando Atenas, que ya había firmado 5 años antes el tratado de Paz de Nicias con Esparta, se propuso conquistar a los pobladores de la Isla de Melos, como parte de una serie de acciones que venían desarrollando para someter a las polis neutrales o desleales a la Liga de Delos.
Melos, que fue fundada por los espartanos varios siglos antes, era una polis que no estaba sometida a ninguna voluntad externa y cuya importancia frente a una posible reavivación del conflicto bélico entre Atenas y Esparta era menor, no sólo por el tamaño de la isla, sino porque su ubicación geográfica no reportaba mayor ventaja estratégica. Aún así, los atenienses dirigidos por Cleómedes, hijo de Licomedes, y Tisias, hijo de Tisímac, arribaron a la isla con 30 naves a las que se sumaron 6 naves de Lesbos y 2 de Quíos.
Antes de iniciar el ataque, los generales atenienses enviaron a sus embajadores para dialogar, o quizás convenga más decir para “negociar la rendición”, con los melios. Este diálogo descarnado entre los embajadores atenienses y los senadores melios, se convirtió en un eventos histórico que permite comprender la filosofía del poder y los principios que rigen a los imperios.
Sin pretender comparar ese suceso histórico con la situación entre Estados Unidos y Venezuela, creo pertinente al menos revisar tres consideraciones que nos pueden ayudar a comprender los hechos en caso de que las acciones, entre ambos países, desborden las vías diplomáticas.
La primera consideración que nos dejan los atenienses y los melios, es que el poder cuando se ejerce por la fuerza y busca el sometimiento del más débil, no obedece a ningún derecho ideal, ni se somete a ninguna tradición razonable, escribe sus propias reglas y crea sus propios principios, porque lo que busca es estabilidad para su despliegue.
No es casual que el diálogo entre los embajadores atenienses y los senadores melios, se inicie con una advertencia de los primeros que deja claro que no sólo se consideran superiores en la capacidad para infringir daño, sino que no reconocerán apelación alguna a causas justas (lo que nosotros llamaríamos en la modernidad el derecho internacional) por considerarla una pérdida de tiempo frente a una decisión ya tomada:
…no queremos usar con vosotros de frases artificiosas ni de términos extraños […] ni tampoco será menester hacer largo razonamiento para mostraros que tenemos justa causa de comenzar la guerra contra vosotros […] Tampoco hay necesidad de que aleguéis que fuisteis poblados por los lacedemonios, ni que no nos habéis ofendido en cosa alguna, pensando así persuadirnos de que desistamos de nuestra demanda.
Concluyen los atenienses esta intervención, dejando claro que la negociación y el derecho sólo es posible entre pares o entre quienes se pueden infligir similar daño, pero cuando las demandas son hechas de un poderoso a uno más débil, sólo conviene ponerse de acuerdo para conseguir el menor daño posible.
Un despliegue de fuerza como este, es poco probable en nuestros días; pues quedaría al margen de la diplomacia, del derecho y de las instituciones internacionales, y sería automáticamente condenado por la mayoría de los países; salvo que ciertas circunstancias pudiesen justificar la premura de tal acción.
La segunda consideración se refiere a las formas del poder. Un Estado poderoso debe cuidar su imagen frente a otros y procurar la estabilidad política dentro de su ámbito de influencia, porque de lo contrario abre una posibilidad de riesgo para él.
Frente al realismo que despliegan los atenienses de la lógica del poder, denominado por Tucídices concepción humana, los melios intentan convencerlos de que es mejor desistir del ataque, pues otras ciudades neutrales con Atenas por temor a sufrir una suerte similiar, podrían atacarla. A este respecto, los atenienses argumentan:
…más daño nuestro sería teneros por amigos que por enemigos, porque si tomamos vuestra amistad por temor, sería dar grandísima señal de nuestra flaqueza y poder, por lo cual los otros súbditos nuestros a quienes mandamos nos tendrán en menos de aquí en adelante.
Y agregan:
…esta ley no la hicimos nosotros, ni fuimos los primeros que usaron de ella, antes la tomamos al ver que los otros la tenían y usaban, y así la dejaremos perpetuamente a nuestros herederos y descendientes. Seguros estamos de que si vosotros y los otros todos tuvieseis el mismo poder y facultad que nosotros, haríais lo mismo…
De esta respuesta, los atenienses nos enseñan que evitar el conflicto por miedo, o por algo que puede interpretarse como tal, aunque este esté disfrazado de causas nobles compromete el respeto del Estado poderoso, afectando la percepción que tienen otros de su poder. Ello pudiese requerir, que el conflicto evitado deba ser desarrollado posteriormente con un costo mayor debido a la necesidad de desplegar su fuerza para recuperar ese respeto.
Si bien un conflicto bélico, desplegado abitrariamente por un Estado poderoso a uno más débil, podría significar en un momento dado una ventaja para este último pues pudiese adicionar aliados a su causa justa, también puede transformarse en una debilidad dado un mal manejo de nuestra tercera consideración: la esperanza.
Ante el fallido esfuerzo de apelar a la neutralidad, los melios optaron por presentarle a los atenienses un posible escenario de conflicto bélico con otra potencia similar a ellos. En este sentido, argumentaron que si fuesen atacados lucharían por conservar su libertad, evitando así la servidumbre voluntaria. La apuesta de los melios, era que este acto de injusticia frente a la causa noble de la libertad, indignaría a otras potencias como los lacedemonios que entrarán en el conflicto para ayudarlos. Ante este escenario, los atenienses respondieron:
…nosotros no tememos la caída de nuestro estado y señorío, porque aquellos que acostumbran mandar a otros, como los lacedemonios, nunca son crueles contra los vencidos, como lo son los que están acostumbrados a ser súbditos de otros, si acaso consiguen triunfar de aquellos a quienes antes obedecían. Mas este peligro que decís lo tomamos sobre nosotros, quedando a nuestro riesgo y fortuna, pues no tenemos ahora guerra con los lacedemonios.
Los atenienses sabían que, basados en el propio cálculo, los lacedemonios no entrarían en conflicto bélico con otra potencia por mantener o conquistar un espacio neutral sin mayor impacto estratégico. Ello no fue considerado por los melios, quienes se mantuvieron apegados al derecho y a la tradición; aspecto que Tucídices denominó concepción tradicional y religiosa, la cual se fundamentaba en la esperanza de que otras potencias entraran en el conflicto en favor de ellos, debido a la defensa de las causas justas reconocidas en el derecho y favorecidas por los dioses.
Los melios no consideraron la esperanza como el estado de ánimo que configura de forma positiva la psiquis del individuo, para que este despliegue sus capacidades con mayor convicción; sino que lo hicieron como acto de fé, es decir, como una virtud teologal, que dejaba en manos de otros el fortalecimiento de sus propias capacidades. Así se lo dejaron saber los los atenienses cuando le expresaron:
…La esperanza es consuelo de los que se ven en peligro, aunque algunas veces trae daño a los que tienen causa justa, porque tenerla, y bien grande, no los echa a perder por completo, como hace con aquellos que todo lo fían en esto de esperar, lo cual es peligroso, pues la esperanza, a los que se han confiado en ella en demasía, no les deja después vía ni manera por donde poderse salvar…
El diálogo concluye con la exhortación de los atenienses a evitar un conflicto bélico, pero sin cambiar de parecer en cuanto a sus objetivos de conquista. Una vez realizado el exhorto, los atenienses se retiran y dejan a los melios debatir en privado la propuesta. Después de largo tiempo, los melios, que mantenían como justa su idea de luchar por la libertad y con la esperanza en que sus capacidades aumentaran por la adición de ejércitos externos, le hicieron saber a los atenienses lo siguiente:
Varones atenienses, no cambiamos de parecer, ni jamás desearemos perder en breve espacio de tiempo la libertad que hemos tenido y conservado de setecientos años a esta parte que hace está nuestra ciudad fundada; antes con la buena fortuna que nos ha favorecido siempre hasta el día de hoy, y con la ayuda de nuestros amigos los lacedemonios, estamos resueltos a guardar y conservar nuestra ciudad en libertad.
Dicho esto, los embajadores regresaron a su campo con el resto de los atenienses, quienes al darse cuenta de que no había posibilidad de ganar la isla por tratos, se dispusieron a ganarla por las armas. El resto, como reza el dicho popular, es historia. Los atenienses se hicieron al final de varias luchas con la isla de Melos, matando a todo hombre mayor de catorce años y esclavizando a todas las mujeres y niños, los cuales se llevaron a Atenas. Pasado un tiempo, enviaron a quinientos moradores atenienses con sus familias para poblarla nuevamente.
Han pasado más de 2.400 años de ese evento y, aún hoy, es posible entender que la lógica del poder opera bajo consideraciones similares. Un Estado poderoso, no esperará para actuar si las circunstancias así se lo exigen, salvo que exista la posibilidad de que con su acción otro Estado, con similar capacidad para dañarlo, pueda ser parte en el conflicto. En eso consiste el delicado equilibrio del orden mundial.