La última decisión del régimen, la de convocar parcialmente unas elecciones regionales, considero ha sido una gran victoria para su permanencia en el poder. No sólo porque cambió el instrumento para mediar el conflicto (de la protesta en la calle al voto controlado) y sus objetivos (de salir del régimen inmediatamente a tratar de hacerlo de manera más pausada), sino porque la dirigencia opositora replicó las formas populistas para crear, como diría Ernesto Laclau, una lógica de formación de identidades sociales a través del despliegue populista en torno a un liderazgo que dice qué hacer y un individuo que lo cumple so pena de ser etiquetado como enemigo.

Así la campaña electoral desplegada por la propia Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y sus élites, no estuvo orientada en torno a las propuestas políticas (que de paso no sé si existían) sino en torno a la decisión dilemática de votar o no votar. Desde acusaciones como “si no votas eres chavista” hasta “si no votas no existes” la episteme desarrollada por Carl Schmitt en torno a sus categorias amigo/enemigo cobró vida entre los que, hasta hace 3 meses éramos hermanos de lucha.

El voto, ese instrumento que contiene la significación de las conquistas políticas desde las revoluciones americana y francesa hasta nuestros días, se convirtió en un fin en sí mismo, dándole con ello una importante victoria parcial al régimen. Por lo que, después de leer varios artículos políticos respetables que salieron en esta campaña a favor del voto, me vino a la mente una pregunta ¿si voto, frenaría el poder del régimen o al menos contribuiría para disminuirlo? Es aquí donde comienzo mi reflexión.

El voto es, nuevamente sin perder de vista la significación política que encierra la universalidad de su ejercicio, un mecanismo mediador del conflicto entre el ciudadano y el poder de las bucrocracias que administran los recursos públicos. Su ejercicio le permite al ciudadano participar en las decisiones políticas, escrutar el desempeño de quienes ejercen dentro de esas estructuras y evaluar las propuestas instituyentes de la representación política. Sin embargo, por su naturaleza, el voto está inmerso dentro de un sistema político que no sólo lo permite sino que lo define al plantear su contexto, sus normas y su utilidad. Y ese, para mí, es el problema que se nos plantea con el dilema de votar o no votar.

Tengo la impresión que, de la misma forma como las ruinas del Foro Romano se nos presentan como restos de una época esplendorosa de Roma, el ejercicio del voto se nos revela como las ruinas de una democracia incipiente que tantas conquistas políticas venezolanas acumuló y que propició un increíble desarrollo para el país, pero que hoy ha sido despojado de su utilidad para escrutar al poder y de su capacidad sansonatoria a quienes ocupan altos cargos en su estructura del Estado; lo que le queda es, quizás, la ilusión de que con su ejercicio el ciudadano elige su propio gobierno. Existen varios ejemplos de ello, pero me quedaré con el más importante y el que nos afecta directamente: el desmantelamiento de la instancia -y con ella de las funciones legislativas- de la Asamblea Nacional (AN) sin que se haya podido evitar.

Es precisamente este punto el que me ha llevado a decidir no votar este domingo 15 en las elecciones de gobernadores, no porque yo haya dejado de creer en él, sino porque este voto, tal y cómo está configurado, legitimaría un sistema de dominación y una forma de hacer oposición, que ha contribuído con la instauración y avance de este régimen. Soy de los que creen que 19 años de chavismo no pueden explicarse sin 9 años de la MUD.

Sólo negando este sistema y esta forma de representación política, es que podemos retomar la democracia. Y ahí esta el perverso dilema al que me refería al principio: actuando siempre pierdo. Si no voto, hago más evidente lo que ya es: el control total del chavismo en el poder. Si voto, mantengo el sistema de opresión y promuevo la forma de hacer política de los partidos en torno a la MUD, que dicho sea de paso, no es tan diferente a la forma del Psuv pues Ramos Allup manda a “marcar” a los que legítimamente no van a votar, Olivares les dice que no existen, Ocariz plantea que voten igual aunque ellos hayan cometido errores (que no rectificarán) y todos ellos que prometieron defender, junto a 110 diputados más, una AN electa legítimamente y que ahora quedó en el olvido por la campaña electoral. Eso sin menospreciar, que aceptaron ir a unas elecciones donde le quitaron la posibilidad de escoger a los consejos legislativos estadales que pueden ser la piedra de tranca para un buen desempeño del gobernador.

Sabemos que un poder arbitrario no se reduce a las representaciones de la experiencia colectiva (Estado, partidos políticos, entre otros), sino que tiene relevancia por su impacto en lo individual (chantaje, amenazas, sobornos, etc.), por lo que un poder por encima de cualquier ley corrompe el sistema de libertades de la democracia y establece un sistema propio para perpetuarse y expandirse, nunca para limitarse. Por ello quizás es ingenuo pensar que sin mediación independiente del poder, éste pueda generar mecanismos que atenten contra él. La ley de conatus de Spinoza, nos ayudaría a responder esta pregunta ¿qué instancia dentro de este sistema controlado y creado por el régimen, lo va a obligar a limitarse? Esta es mi primera dificultad de votar, en los términos que se plantearon a favor del voto.

Por otra parte, el poder desde la perspectiva de lo político, no sólo está constituido por las instancias que nos evidencian la capacidad de decidir y actuar sobre los asuntos públicos, disponiendo para ello de la capacidad de coerción del Estado, sino también es, como dice Claude Lefort, “la capacidad de poseer un saber hacer que escapa de la inteligencia común” (en la misma reflexión estaría Maquiavelo con lo que el llama la virtú del político). Ello quiere decir que, frente a un poder de facto como es el chavismo, con la posibilidad de desplegarse en toda su magnitud, el saber hacer extraordinariamente bien las cosas -en función del bien común- también supone poder. Ahora bien ¿Tenemos en la dirigencia opositora -en los términos de Lefort- un saber hacer que escape de la inteligencia común? Mi respuesta es no; y esta es la segunda dificultad que supone para mí votar.

Si algo ha caracterizado a la dirigencia opositora es haber degradado toda conquista política en su actuar como representación. Su desempeño en los años 2004 y 2014, fue el vaticinio de lo que ocurrió en materia legislativa en 2015 y con el diálogo en el año 2016, cuyo mayor exponente de incompetencia para afrontar a este poder totalitario lo evidenciamos en los eventos del 2017. No se trata sólo de contradicciones discursivas, se trata de contradicciones políticas como declararse en desobediencia civil invocando el artículo 350 de la Constitución sin nunca saber cómo iban a actuar en consecuencia; o convocar una protesta cívica que significó grandes pérdidas humanas y materiales con el objetivo de combatir un golpe de Estado institucional y a mitad de la lucha cambiarlo por impedir una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que era consecuencia de aquel golpe, por tanto, resolviendo el primero, se resolvía su ilegítima instauración.

Este voto es, a mi entender, un mecanismo que no legitima al régimen (pues desde lo constitucional no existe posibilidad alguna de legitimarlo) sino al sistema de dominación establecido por él a la fuerza y aceptado por quienes, políticamente, son nuestra representación para enfrentarlo.

Soy de los que creen que la comprensión del poder se realiza a través de las relaciones que, dentro del sistema, existen entre los individuos. De esa forma, este voto estaría legitimando (por no poder cambiar de forma alguna ninguna de estas situaciones) una bolsa de Clap, una persecusión a un funcionario electo por voto popular, un ciudadano preso sin motivo alguno, un niño que muere de hambre o de falta de medicamento, una parturienta que ni siquiera tiene la oportunidad de traer a su hijo al mundo en un pesebre, sino en la incómoda silla de una sala de espera de un hospital público, unos individuos que la democracia convirtió en ciudadanos y que este régimen degradó a seres que comen perros en las calles para no morir de hambre… y así puedo seguir enumerando infamías que erosionan la idea democrática y la impiden, pues las personas se ven forzadas a participar en esas relaciones que el poder despliega sobre ellas, de forma inmisericorde, para dominarlas. Todo ello, ante la mirada impotente de la dirigencia política opositora. El comportamiento humano se despliega no sólo a partir de la educación y de la cultura, sino a partir de las costumbres. Eso lo sabe bien el régimen y por ello ha creado tanta misión dadivosa y tanta exclusión.

Reitero, este voto no legitima al régimen ni a la ANC, este voto legitima al sistema de dominación que, por encima de cualquier ley, los contiene y que nos contiene a todos. Es por ello que no voy a contraargumentar el voto como un derecho, pues el régimen ha logrado separar la significancia teórica de la experiencia práctica: en Venezuela no existe derecho alguno en los términos que plantea la ley; aunque nos empeñemos, ingenuamente, en repetir que dentro de este sistema sí tenemos derechos.

A estas alturas, considero pertinente aclarar que todos los que nos oponemos al régimen (los que van a votar el 15 de octubre por los candidatos de la oposición, y los otros que como yo no votaremos), perseguimos el mismo objetivo: evitar la devastación de lo que queda del régimen democrático; la diferencia está, esta vez, en la forma como lo hacemos. Soy de la opinión que este régimen sólo saldrá mediante una intervención de fuerza, sin que ello me lleve a desear la libertad por las espadas.

Si algo hemos demostrado los ciudadanos con la práctica de la resistencia no-violenta frente al poder, es que somos merecedores de nuestra libertad; y pienso sinceramente que si nosotros tuviésemos una representación política como la que tenía Francia en 1789, en la que las propuestas políticas desencadenaran en algo similar a la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano, no dudaría un minuto en votar en estas lecciones a gobernadores, pues mi voto no sería para apoyar un sistema de dominación, sino todo lo contrario, para luchar por un sistema de libertades que permitan la realización y consagración del ciudadano.