En este largo camino de resistencia contra la barbarie, muerte y destrucción durante los 21 años de la revolución “bonita”, el ciudadano ha sido el más golpeado, el más humillado, el más maltratado. Sobre todo, si lo contrastamos con la forma de vida de la mayoría de los que se hacen llamar políticos de oposición y sus muestras de crecimiento en sus posibilidades materiales. Basta con conocer cómo y dónde viven muchos de los diputados exiliados, especialmente aquellos que tienen cargos designados por la presidencia interina de Venezuela a cargo de Juan Guaidó.
En esta historia, el ciudadano siempre ha puesto toda la “carne en el asador” y el político el “dialogo y la negociación”. El venezolano ha puesto el empeño, el político el engaño. Y así hemos ido transitando, entre luchas y desilusiones, muerte y verdadero exilio de venezolano, un largo camino de desconsuelo y orfandad. Especialmente y de manera emblemática fue el año 2017, dos años después de la gran “victoria democrática” de la Asamblea Nacional (AN).
Ese año, la presidencia rotativa de una oposición que jamás tuvo la intención de ser la mayoría calificada que el ciudadano le permitió, estaba en manos de Julio Borges. Quien, tras la “ruptura del hilo constitucional”, que se produjo por la usurpación de las funciones de la Asamblea Nacional (AN) por parte del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), volvió a pedir el apoyo del ciudadano en una nueva etapa de lucha contra el régimen criminal.
Así, en abril de 2017, el venezolano volvió a responder. Salió a la calle durante 6 meses ininterrumpidos a batallar por un futuro, por una vida, por una “normalidad humana”. Esta ola de protestas, que algunos medios denominaron la “Primavera venezolana”, tenía como objetivo inicial no solo defender “nuestra” Asamblea Nacional del Golpe de Estado Institucional, sino llevar a cabo elecciones generales adelantadas, cambiar el modelo político y económico, liberar a los presos políticos y dejar que ingresaran al país los alimentos y las medicinas que el régimen le había negado al ciudadano.
Mientras en lo político-social la lucha se libraba entre las balas asesinas del totalitario contra los dignos escudos de madera y latón de nuestros jóvenes venezolanos. En lo político-Institucional, el forcejeo fue entre el ejercicio civil de la Consulta Popular contra Asamblea Nacional Constituyente (ANC). En ambos casos, el protagonista era el ciudadano; y en ambos casos cumplió de manera admirable y completamente inobjetable.
Por un lado, el ciudadano salió masivamente a “votar” en una consulta popular de más de 7 millones de voluntades; y por el otro, se enfrentaba en la desigual violencia contra la dominación. El resultado: una consulta popular que jamás fue vinculante para nuestra representación política opositora, la instauración de una ANC de facto que terminó vaciando a la Asamblea Nacional legítima de sus facultades legislativas y una vil negociación de estos llamados políticos de oposición con el régimen, entregando la calle y la lucha ciudadana a cambio de elecciones regionales, no generales como se tenía previsto.
Se puede decir, sin temor a equivocarse, que esta fue la estafa más grande que el establishment opositor le hizo al venezolano en todos estos años de lucha contra la revolución.
Sin embargo, en medio del desconcierto, del dolor de los asesinados y de la impotencia, la maquinaria de la mentira opositora se armó. Los “encuestólogos” salieron a mostrar con “evidencia científica”, que con una participación del 60% en las elecciones regionales se podían obtener más de 20 gobernaciones y así continuar la lucha institucional por la libertad del país.
Los influencers utilizaron sus espacios mediáticos para motivar al golpeado ciudadano y los académicos e intelectuales orgánicos de esa “oposición”, salieron a convencer a los ingenuos sobre la alta probabilidad de quiebre de la coalición dominante si el régimen llegase a desconocer el resultado electoral. El frenesí comparativo sobre el “referendo de Pinochet” y nuestras elecciones regionales estaba en todas partes.
En medio de notables divisiones entre el ciudadano opositor, llegó el gran día electoral y con él una participación del 61,03% que, contra toda categórica afirmación, solo le permitió a la oposición quedarse con 5 gobernaciones.
Luego de los resultados, La maquinaria de la mentira se apagó y nadie salió a comentar lo que había pasado. Entre otras cosas, porque esa maquinaria siempre apuesta a la desmemoria.
En medio de ese vacío político y de esa estafa garrafal que terminó llevando la “Primavera venezolana” al “Invierno humanitario”, surgió una representación política que alzó la voz, que se embraguetó y supo hacerles frente a los rigores de la lucha política cuando ésta pretende desplegarse desde la virtud y el compromiso con la libertad y la verdad.
Esa representación se separó radicalmente del resto de los parlamentarios. Se negó a cotizarse para la venta de voluntades y tomó como bandera una voz que “nuestros” diputados habían dejado en el olvido: la de la mayoría de los venezolanos que fue expresada el 16 de julio de 2017 para cambiar Venezuela. Ese grupo de diputados se hizo llamar la “Fracción Parlamentaria 16J” (Fracción 16J).
Esa división parlamentaria poco a poco se fue convirtiendo en representación de la dignidad, del sentir de una parte del ciudadano que veía en ellos la esperanza dentro del único espacio institucional que aún no había sido tomado por la revolución.
Fueron muchas las batallas que tuvieron que enfrentar, fueron muchas las angustias que tuvieron que vivir, muchas las presiones y persecuciones que tuvieron que aguantar. Aun así, se mantuvieron firmes, de pie, erguidos.
Empezaron mostrándole al país una ruta, un camino que empezaba en el artículo 233 de la Constitución y que se alejaba radicalmente de la inocua y cohabitante estrategia electoral y negociadora. Ese fue el génesis de lo que luego conocimos como “Cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”.
La Fracción 16J presionó a Juan Guaidó para que asumiera la presidencia interina y le diera continuidad a la “ruta del 233”, la cual no solo él no quería aceptar, sino que “gurús” intelectuales de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) como Luis Ugalde, catalogaban como una usurpación. Sí, así mismo como lo lee: un acto de usurpación.
Ese grupo de valientes diputados ventiló casos de corrupción como el Alejandro Andrade; e instó a la AN a hacer seguimiento a procesos judiciales sobre casos de corrupción y desfalco a la Nación que se estaban llevando a cabo en el exterior. Asumió con valentía la solicitud de incorporar una misión extranjera de paz en el territorio nacional, en el “Proyecto de Acuerdo de autorización de una coalición internacional que permita el ingreso de la Ayuda Humanitaria”.
Consignó ante la secretaría de la Asamblea Nacional el “Proyecto de Acuerdo que autoriza una coalición internacional para el restablecimiento del respecto a los Derechos Humanos”, fundamentado en el numeral 11 del artículo 187 de la Constitución y en la doctrina R2P (Responsabilidad de Proteger), que es el compromiso político que tienen los Estados miembros de las Naciones Unidas para prevenir el genocidio y los crímenes de lesa humanidad.
Así, poco a poco fueron haciéndose del respeto del ciudadano honesto que se sentía representado; y que aplaudía sus votos salvados como, por ejemplo, el de la nefasta “Ley de contrataciones para la recuperación de activos” que abrió la puerta a la corrupción azul, tan voraz, como la roja. O que se opuso a la designación de los de nuevos integrantes de la Junta Directiva de Citgo Petroleum Corporation, que fueron posteriormente protagonistas de escándalos de corrupción imperdonables.
Esa era la Fracción de muchos de nosotros, la “Fracción de la dignidad”, de la “ruta del coraje”, de la Venezuela del bien común…
…Quizás fue por eso que algunos sentimos un balde de agua helada el 19 de mayo de 2020, cuando la Fracción 16J le dio un nuevo voto de respaldo al fraude del interinato, aun cuando el gobierno interino ya había incumplido las condiciones con las que la Fracción 16J condicionó su apoyo el 5 de enero de ese mismo año.
Este apoyo de la Fracción 16J al gobierno interino, al menos para algunos, marcó el punto de inflexión y desmoronamiento de aquella esperanza que había nacido del arrojo, del compromiso con la libertad y de la convicción de diferenciarse de la politiquería en torno a Juan Guaidó. Desde ese momento, confieso que me costó no ver a la Fracción 16J como la voz disidente de la misma Hidra.
Hoy la Fracción 16J se presenta con la voluntad de apoyar el fraude del gobierno interino. Pero esta vez, con un argumento mucho más contradictorio, lleno de ambivalencias, que parece más el resultado de una tormenta de ideas inconclusa que de voluntades convencidas.
Y para mayor discordancia, por un lado, rechaza enérgicamente el cambio de facto que el interinato hizo al orden propuesto en el artículo 2 del Estatuto para la Transición (Liberación del régimen autocrático, la conformación de un Gobierno provisional de unidad y la celebración de elecciones libres), y por el otro, le brinda un nuevo apoyo para que siga siendo gobierno interino.
A estas alturas, creo que es más una necesidad homeostática de la política opositora que desarrollan los políticos, que un paso necesario para lograr la libertad del país. El camino institucional ya no es posible en Venezuela, al menos no sin que la voluntad política de un actor poderoso lo active. Y este no es el caso ya de la Fracción 16J, pues se asimiló al funcionamiento perverso de la politiquería.
Este nuevo apoyo al gobierno interino, no solo deja huérfanos -políticamente hablando- a una parte de los ciudadanos que creyeron en la Fracción 16J, sino a sus propias consignas y significaciones. Ya no importa cuán alto alcen la voz, ya no importa cuántos condicionales o ultimátum le hagan al gobierno interino, ya son parte de él. Son la parte disidente en lo discursivo, pero la parte complementaria en lo funcional.
Ya, al menos para mí, el enérgico llamado a “realizar de manera urgente y perentoria, una AGENDA CIUDADANA PARA EL CESE DE LA USURPACIÓN Y LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO”, no suena ni a objetivo, ni a proyecto ni a horizonte… Suena a epitafio.
Excelente análisis.
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Muy bueno Miguel.
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