Una recreación al castigo de Sísifo

Los tiempos actuales no son fáciles de digerir. Son tiempos de transición distópica en la cual la comprensión debe lidiar con los elementos instituyentes del chavismo criminal y elementos instituidos de una época imperfecta de un Estado que se aproximaba a la legalidad, a la libertad y a la democracia.

Estamos viviendo el rezago de un acontecimiento político que llevó al poder a la mafia y a la criminalidad, que cambió las reglas de juego del Estado de Derecho al que estábamos acostumbrados, que degradó la autonomía de las instituciones de gobierno y de Estado para desvanecer su función de contrapoder y adosarla al proyecto de dominación. Con lo cual, el andamiaje del Estado no se usa para la libertad, sino para la dominación y la permanencia en el poder de aquellos que se dedican a actividades delictivas, llámese éstas drogas, lavado de dinero o corrupción.

Basta pasar revista a los 3 poderes mínimos de un Estado democrático liberal para dar evidencia de lo que he expresado ¿A quién responde el poder Ejecutivo? ¿a quién responde el Poder Judicial? ¿A quién responde el Poder Legislativo? ¿es posible que existan personas que respondan estás preguntas diciendo que esos poderes responden a la sociedad, a la constitución y a la ley? Es posible, pero ello solo daría cuenta de una incomprensión brutal de la situación de Venezuela.

Ahora bien, si los tres poderes más importantes del Estado que significan gobierno, justicia y leyes están adosados a un proyecto político particular, que además es de naturaleza criminal ¿Es posible que la salida de este régimen sea por la vía institucional?

En Venezuela ocurrió un acontecimiento sin precedentes que solo puede verse cambiando el marco inteligible con que analizamos los hechos. Me explico, una cosa es que la criminalidad se infiltre en un Estado, como ocurre en México por ejemplo, y otra cosa es que la criminalidad sea el Estado.

Cuando la criminalidad se infiltra en el Estado, lo hace dentro de un contexto político que mantiene elementos fundacionales orientados hacia el Estado de Derecho, la libertad del ciudadano y la justicia. Es decir, aunque se crea una tensión entre el Estado democrático liberal y la criminalidad el ciudadano aún puede esperar cierto grado de gobierno para la libertad, de justicia y de legalidad.

Pero cuando la criminalidad es el Estado, esa tensión tiende a desaparecer y el ciudadano ve como una milagrosa excepcionalidad actos de gobierno que permitan cierto grado de libertad, actos de justicia que vayan en contra de quienes son los “amos del valle” y leyes que permitan desplegar —o acompañen— proyectos de vida que vayan en contra de lo ilícito. Aquí es donde la siguiente pregunta resulta vital para abrir los ojos ¿podemos pensar que en Venezuela el poder del Estado está orientado a la libertad, la justicia y la legalidad o es todo lo contrario? Si usted no respondió “todo lo contrario”, ya no vale la pena que siga perdiendo el tiempo leyendo esto.

Un régimen criminal siempre corre el riesgo de estar al margen de las dinámicas normales de las relaciones internacionales. Los países que tratan de mantener su economía libre de los impactos del lavado de dinero siempre ven con recelo las dinámicas con los países en donde la criminalidad es parte del Estado. Es por ello que no asombra el hecho de que el Estado venezolano esté sancionado por varios países del mundo.

Sin embargo, en el mundo actual las libertades democráticas han venido desapareciendo de muchos de los países y la tensión entre gobiernos democráticos liberales y gobiernos no liberales provocan que el mercado global no pueda ser tan hermético frente a las consideraciones políticas en favor de la libertad. En consecuencia, siempre hay quienes aboguen por los “malos” permitiéndole sustento financiero para permanecer en el poder y así anular la posibilidad de implosión del régimen.

Por otro lado, también es cierto que la tensión que generan las naciones con un régimen autoritario puedan ser aprovechadas por la sociedad, siempre y cuando logren desarrollar acciones políticas que trastoquen las relaciones de poder dentro del propio régimen. Es decir, que la sociedad pueda generar contradicciones dentro de la propia organización del régimen y causen ruptura de las coaliciones. En muchos de los casos de transiciones de dictadura a democracia, las elecciones fueron parte de ese detonante. En la medida que las formas de dominación suben en la escala del autoritarismo, esa posibilidad va perdiendo potencia.

Por ejemplo, muchos usan a Chile como ejemplo reciente de salida de la dictadura a la democracia, pero pocos saben —o tienen presente— que Pinochet no salió del Estado, sino del gobierno y se mantuvo al frente de los militares como Comandante en Jefe (cargo dado al presidente) durante 8 años. Podemos decir con ello que la pretensión de Pinochet no era gobernar para siempre, sino limpiar de comunistas las estructuras de poder en Chile, según eso se mantuvo vigilante al mando de las fuerzas armadas de Chile ¿Podemos decir lo mismo del régimen en Venezuela? ¿Sería viable una transición a la democracia dejando a cualquier militar de alto rango como comandante en jefe mientras gobierna un civil en Venezuela?

Lamentablemente en Venezuela, una Nación repartida entre rusos, chinos, iraníes, entre otros, la posibilidad de implosionar por contradicciones en la propia coalición se vuelve muy difícil. No solo porque existen actores externos que pueden equilibrar las consecuencias de esas contradicciones, sino porque la lógica criminal que está presente es distinta a la lógica política de las dictaduras, incluso de las más férreas. Al respecto puede leer un artículo que publiqué hace algunos años.

Ahora bien, en un país donde las estructuras del Estado están en función de proteger a quien detenta el poder, donde el proyecto político no busca pluralidad sino la hegemonía, donde la criminalidad no es que está infiltrada sino que es el Estado y en donde el control sobre la sociedad es casi absoluto en términos de mitigar cualquier peligro que atente contra el poder ¿para qué se necesitan elecciones?

Normalmente las elecciones, aún en su despliegue más degradado, tienen al menos una doble condición:  evaluar el desempeño del que gobierna y legitimar a quien va a detentar el poder. Dicho esto ¿existe alguna posibilidad de que un resultado electoral libre pueda legitimar el gobierno chavista? Definitivamente no.

Sin embargo, es el propio régimen el que promueve la contienda electoral. Incluso comenta la organización y los métodos que la “oposición” despliega para enfrentarlo y sacarlo del poder ¿No es extraño eso? La verdad es que no, pues todas las instituciones que le dan sentido al voto como acto que legitima y evalúa el desempeño del poder son parte de su proyecto de dominación.

El régimen tiene en sus manos tanto la organización y las reglas como la defensa de su resultado. Eso significa que si alguien declara fraude electoral, deberá enfrentarse con los organismos de seguridad del Estado para hacer valer el resultado que supone es el verdadero. No olvidemos que en Venezuela la última vez que ocurrió eso se llamó a una bailanta para “evitar un baño de sangre”. Es muy probable que en Venezuela el proceso organizativo de las elecciones esté amañado desde el año 2000.

Lo primero que necesita Venezuela para salir del régimen no son elecciones, sino salir de la oposición que malogró todas las ventanas de oportunidades que se desplegaron, incluso la última en la que estaba presente la posibilidad de desplegar la fuerza por parte de otras naciones y que fue torpedeada por la propia oposición. Y eso no lo digo yo, lo dicen altos funcionarios que participaron en el gobierno de Donald Trump. Así que cuando me dicen a modo de sarcasmo “¿Entonces es mejor esperar a los marines?” la respuesta que doy es: No podemos esperar a nadie que nos ayude a salir del régimen mientras su primer anillo de seguridad político (la “oposición”) sea la que administre y negocie los actos de libertad.

Venezuela no merece este régimen criminal y tampoco a esa “oposición” que fue diseñada cuidadosamente por él. El primer paso antes de reflexionar sobre las formas de lucha es que el ciudadano despierte y sea capaz de pensar y deslastrarse de significantes vacíos de una democracia que no existe y de un voto que lo único que legitima es al propio sistema que el régimen diseñó para mantenerse en el poder. El ciudadano tiene una doble tarea antes de pensar en posibilidades de liberación: desechar a todos, a todos los políticos que actualmente hacen vida pública y rechazar a intelectuales, académicos y otrora referentes políticos que se prestan, bien al juego del régimen, o bien son incapaces de entender que para tener democracia hay que conquistar primero la libertad y eso no se hace a través de la Comisión de primaria… Sin eso, viviremos eternamente subiendo y recogiendo la piedra electoral de Sísifo, mientras la vida se nos va entre anhelos, muerte e inflación.

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