Los dos elementos más castradores del ciudadano

Una de las mejores trilogías que ha existido en el cine, sin temor a equivocarme, es El Padrino. Inspirada en la novela homónima de Mario Puzo, es una historia real de una familia de mafiosos en Sicilia, Italia. Esta joya cinematográfica que se compone de 3 películas no solo resulta un deleite cinéfilo, sino también un elemento importante para la comprensión de la lógica que se adueñó del Estado venezolano.

Hay muchas frases que reflejan nuestra desgracia de país, pero esta frase que Virgilio «Virgil» Sollozzo, alias el «El Turco», le dice a Don Corleone contiene casi todos los elementos más importantes de esta tragedia:

Don Corleone. Necesito un hombre con amigos poderosos. Necesito un millón de dólares en efectivo. Necesito, Don Corleone, a todos esos políticos que usted carga en el bolsillo como si fueran centavos

Dinero, poder y corrupción es el sentido final de la mafia. Palabra que por cierto tiene su origen etimológico en la época en la que Sicilia era gobernada por los árabes; y que se refería a los grupos de personas que se refugiaban en ciertas áreas para protegerse de la ley. El término árabe «mahyas» significa «lugar de refugio». Es decir, desde su inicio la mafia ubica su espacio y su accionar a lo que está fuera de la ley, lo que es ajeno a la legalidad.

Al igual como se puede observar en la película, La mafia no es un grupito de delincuentes, ni una banda criminal. La mafia es una organización bien estructurada, con jerarquía, con disciplina y con principios que le permiten articularse en función de sus propios intereses; cuyo sentido es buscar el control de su negocio y de su territorio y aumentar o mantener la capacidad para generar violencia, bien sea para defenderse o bien sea para conseguir o mantener dicho control.

Al ver cada una de las películas se va afianzando la certeza de que la mafia no se organiza para tener la posibilidad de perder el poder, al contrario, se organiza para mantener o aumentar su poder. Por eso Sollozzo le pedía a Don Corleone dinero y políticos corruptos para proteger sus intereses.

Teniendo claro esto, vamos a hacer dos consideraciones importantes sobre el Estado venezolano. La primera, es que en Venezuela, a diferencia de lo que ocurre en la Italia de El Padrino, la mafia no tiene infiltrado al Estado. Al contrario, en Venezuela, la mafia es el Estado. Con lo cual, las instituciones públicas no tienen la posibilidad de actuar autónomamente aunque sea de forma ineficiente, sino que son una capacidad asociada a cierto “clan” (familia en el caso de El Padrino) o compartida por ciertos “clanes” que le permite operar de manera más fácil y segura.

Es justamente en esa diferencia donde ocurre la primera castración del ciudadano: el Estado no opera para generar las condiciones de bienestar que le permitan a los ciudadanos desplegar su vida digna de ser vivida, el Estado es un entramado de la mafia que puede conceder ciertos espacios para que el ciudadano viva, pero no lo hace como propósito, sino como simple concesión que beneficia sus propios intereses.

Esto último es importante que se tenga claro, porque cuando hablamos de derechos, por ejemplo, estamos haciendo una declaración de principios que no existe y solo nos estamos refiriendo a un imaginario sin ninguna posibilidad real de existencia. Si en ocasiones, tras la apelación a algún derecho este se materializa, recuerde, es por concesión.

A esta desgracia “primariamente” castradora se le une otra “complementariamente” castradora: la politiquería; que se da como consecuencia del secuestro de la política por parte de “partidos políticos” y de expertos que se entretejen en una maquinaria que anula todas las posibilidades la sociedad generó —y pueda generar— para afectar el poder del régimen.

Esta maquinaria de la mentira, que cuenta con reputados académicos y miembros de las academias, analistas políticos, periodistas e “influencers”, tiene como propósito sepultar el pensamiento crítico, homologar los mensajes políticos convirtiendo al ciudadano en hombre-masa y usurpar la representación política de todos aquellos que adversan al régimen chavista.

Así secuestran el espacio de lo político, apelando al conocimiento positivo, es decir, a través de las “certezas teóricas” (que es un contrasentido en las ciencias sociales) y lo categórico de sus palabras. Lo que inicia de esta forma, un proceso de castración de la potencia instituyente que toda sociedad posee y que la va convirtiendo en una masa dominada dentro de lo ya instituido por la mafia en el poder.

Es importante tener en cuenta que cuando la sociedad se abraza a las teorías políticas, sin posibilidad de cuestionarlas, queda atrapada en un conjunto de certezas (generalmente jurídicas) que predeterminan lo que es legítimo e ilegítimo, lo que es verdad o mentira, lo que es auténtico y lo que es una impostura. Impidiendo de esa forma la comprensión de su entorno y de sus posibilidades.

Cuando a una sociedad se le reduce o se le impide su capacidad crítica, se convierte en víctima fácil de la politiquería y de sus intereses particulares que buscan disfrazar de verdades a través del discurso. Por eso en algún momento en Venezuela votar era bueno, después fue malo y ahora vuelve a ser bueno, sin que cambie ninguna de las consideraciones originales que llevaron a calificar el voto como contraproducente para separar al régimen del poder. A los politiqueros no les importa contradecirse, porque saben que la masa no piensa y, en consecuencia, no cuestiona.

Esta situación se convierte en calamidad, cuando se tiene un régimen como el chavista. Esas certezas (aunque sean de derecho) se ven desbordadas frente al accionar del que tiene el poder y el individuo-masa se ve imposibilitado a actuar de manera coherente. Frente a esa fractura entre lo que debe ser y lo que es, la masa busca aferrarse a la certeza de un sistema teórico que no existe, que no es real, que es solo un fantasma, pero que le produce la fantasiosa sensación de alivio temporal.

Llegado a este punto es donde esos politiqueros y ese individuo-masa que por función, corrupción, ingenuidad o arrogancia se convierten en agentes asociados a la mafia y contribuyen con ella para mantenerla en el poder. Se convierten así en el primer anillo de seguridad política del régimen.

Para el momento en que escribo esto, ante la incertidumbre que experimenta el ciudadano para salir de un régimen mafioso, muchos prefieren aferrarse a una salida electoral que fue viable en otra república pero que ahora no tiene ninguna posibilidad de real de éxito. Me imagino que psicológicamente prefieren vivir en el desencanto de una derrota electoral que puede ser justificada por miles de patrañas usando la teoría política, que vivir la desesperación de la orfandad y la incertidumbre de una posible salida que aún no se construye.

Lo irremediable es que por más que intente engañarse ese individuo, la realidad está ahí escupiéndole todos los días la criminalidad, el autoritarismo y el modelo de vida precario que el régimen chavista le impone sin que por ello pague políticamente algún costo electoral.

Es por ello, estimado coterráneo, que si usted acepta que el régimen es una mafia y que esa mafia es el Estado, usted debe evitar contradecirse considerando como ciertas dos cosas. La primera es que, como mencionamos, la mafia siempre se organiza para aumentar su capacidad de ejercer violencia y para mantener el poder; y la segunda, es que siendo la mafia el Estado prohibirá, eliminará o entorpecerá todo lo que sea contraproducente para la primera consideración.

Así, por ejemplo, puede comenzar a formularse preguntas como la siguiente ¿por qué en Venezuela todavía el régimen permite las elecciones? Y la única respuesta coherente, a partir de las dos consideraciones anteriores, es porque son inocuas para afectar su poder o para separarlo del poder.

Tenga por seguro, apreciado coterráneo, que si votar representase una posibilidad de separar al régimen chavista del poder, estaría prohibido.